En un rincón del mundo donde las montañas se alzan orgullosas y los valles reciben los abrazos del sol, España encontró un aliado muy fuerte: el viento. Los molinos de Don Quijote no fueron los primeros en plantarse en España. Desde tiempos inmemoriales, los habitantes de la península habían sentido el poder del aire que soplaba con fuerza. Lo llamaban “Éolo”, en honor al dios del viento, y aunque lo respetaban, tardaron siglos en comprender cómo transformar ese susurro en fuerza.
Los primeros molinos
En la Edad Media, España descubrió los molinos de viento, inspirados en los que cruzaron con los árabes en Al-Ándalus. Estas majestuosas torres de madera y piedra aparecieron en la Mancha y en otras regiones, convirtiéndose en un símbolo de ingenio. Aunque su misión principal era moler grano, estos primeros molinos marcaban el inicio de una relación entre el viento y el hombre.
Pasaron los siglos, y los molinos de viento se convirtieron en emblema de tradición, inmortalizados en la pluma de Miguel de Cervantes con Don Quijote y sus molinos “gigantes”. Sin embargo, el viento aún aguardaba su gran momento para convertirse en energía pura.
El despertar de la energía eólica moderna
A finales del siglo XX, España comenzó a mirar al viento con ojos distintos. La crisis energética mundial y el auge de la preocupación por el medio ambiente impulsaron al país a explorar alternativas sostenibles. Fue entonces cuando nacieron los primeros parques eólicos experimentales, pequeños pero prometedores.
En 1984, se instaló el primer aerogenerador en Tarifa, Cádiz. Desde ese rincón del sur, donde el viento del estrecho sopla con furia, comenzó un cambio. España entendió que podía aprovechar esa fuerza invisible y constante para alimentar hogares y empresas, reduciendo su dependencia de otras fuentes de energía.
La gran expansión
Con el cambio de siglo, España se consolidó como líder mundial en energía eólica. En regiones como Castilla y León, Galicia y Andalucía, los parques eólicos comenzaron a llegar, cubriendo colinas y montañas. Su desempeño en aquellas colinas llevó a España a ser uno de los mayores productores de energía eólica del planeta.
En 2007, la energía eólica superó por primera vez a la energía nuclear en la producción eléctrica nacional. Fue un hito histórico. A partir de ese momento, el viento no solo era una fuerza de la naturaleza, sino un motor del progreso económico y ambiental del país.
Desafíos y logros recientes
Sin embargo, no todo fue sencillo. España enfrentó retos: cambios en políticas de incentivos, tensiones entre desarrollo rural y conservación ambiental, y la necesidad de mejorar las infraestructuras eléctricas. Pero cada obstáculo fue una oportunidad para innovar.
Hoy, España sigue siendo pionera. En 2023, el país generó casi el 25% de su electricidad con energía eólica, siendo una pieza clave en su transición hacia una economía sostenible. Si estás leyendo este cuento en un ordenador o móvil, es probable que la carga provenga de ese viento que cepilla nuestro país. Los molinos modernos, altos y elegantes, se alzan en armonía con el paisaje y territorio, recordándonos que el viento sigue soplando, y con él, el futuro de la humanidad.